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«La agresividad siempre tiene un propósito»

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Por Susana Lladó

La agresividad es un problema multidimensional. La psicóloga de nuestro centro Núria León aborda en esta entrevista los factores que pueden causar este sentimiento, nos ofrece algunas claves para gestionarlo y nos explica cómo se trata en terapia.

Se estima que la prevalencia de la agresividad en la población general es del 25 %. Es una cifra muy alta que indica que tenemos un gran problema como sociedad

Sí, por eso es muy importante hablar de ello y poder abordar el problema desde la infancia, no solo en los adolescentes y adultos.

Bien, empecemos por hablar de las causas de las conductas agresivas

Lo cierto es que no se sabe muy bien cuál es la causa o naturaleza de la agresividad. Es un problema multifactorial. Los factores que pueden desencadenar sentimientos y conductas agresivas pueden ser biológicos, ambientales y/o educacionales. No obstante, lo que sí sabemos es que siempre hay un motivo o una intencionalidad en el hecho de hacerle daño a otra persona, física o psicológicamente. Esta intencionalidad puede estar motivada por la frustración, una injusticia, dolor, miedo, etc. Y, a veces, esto se puede manifestar desde las primeras etapas de la infancia.

¿Esta intencionalidad siempre es consciente?

No, no siempre, y menos en la infancia. Si un niño de tres años muestra una conducta agresiva hacia su padre porque este no le presta atención, no es porque esté pensando racionalmente en que quiere hacerle daño. En un niño tan pequeño todavía no se ha producido el proceso madurativo que podría conllevar consciencia y voluntad de dañar, pero el niño que tiene esta conducta sí tiene un objetivo o un motivo al mostrarse agresivo con su padre. La agresividad siempre tiene un propósito.

Si un niño crece sin aprender a canalizar y dominar esta emoción a lo largo de su desarrollo, tendrá serias dificultades en su vida.

¿La agresividad es consustancial al ser humano?

La agresividad es una emoción natural. Todos, niños y adultos, podemos sentir en algún momento agresividad, ya que esta forma parte de nuestra condición y evolución. Pero así como hace miles de años la agresividad era la única forma de sobrevivir, en sociedad es necesario aplicar la racionalidad y poder controlar este tipo de impulsos. Si un niño crece sin aprender a canalizar y dominar esta emoción a lo largo de su desarrollo, tendrá serias dificultades en su vida.

¿Qué tipo de dificultades?

Se complicarán las relaciones sociales que vaya estableciendo al ir creciendo y esta agresividad le dificultará su integración en la sociedad. Las relaciones sociales quedan afectadas por la agresividad.

¿A qué edad aparecen las conductas agresivas?

Cuando los niños tienen alrededor de dos años. A esa edad ya tienen capacidad cognitiva para sentir ciertas emociones cuando algo no sale como ellos quieren. Además, a los dos años ya tienen cierta independencia motora, por lo que pueden dar golpes, caminar, levantar la mano, etc. Los niños expresan su malestar a través de conductas agresivas. Esto entra dentro de lo normal, al igual que es normal que los bebés lloren, tengan pataletas o griten.

Y a partir de los dos años, ¿qué sucede?

La manifestación de la agresividad suele alcanzar su punto álgido sobre los cuatro años y hasta los seis se sigue considerando una conducta normal. Si el niño continúa mostrando conductas agresivas a partir de esta edad, hay que prestar atención.

Hay que entender que no podemos controlar lo que pasa en el mundo, pero sí podemos controlar cómo reaccionamos a lo que sea que ocurra. Inhibir la responsabilidad de lo que sentimos no nos hace libres: al contrario, nos hace dependientes de lo externo.

¿Qué indicarían las conductas agresivas a partir de los seis años?

A esta edad, el cerebro ya se ha desarrollado de tal manera que el niño debería ser capaz de regular sus emociones y tener otro tipo de reacciones cuando se siente frustrado, contrariado, etc. Si a esta edad no está mostrando esta regulación, puede ser indicativo de que hay algún problema.

¿Cómo pueden saber los padres si la conducta es anómala?

Los padres deber identificar si la conducta agresiva de su hijo forma parte de su evolución y desarrollo o si, por el contrario, esta agresividad se ha convertido en una conducta habitual.

¿Qué más pueden hacer los padres?

Intentar comprender por qué su hijo está siendo agresivo, dilucidar cuál es el motivo subyacente a esa conducta.

¿Una persona agresiva es un persona antisocial?

En psicología, agresividad y conducta antisocial se utilizan como sinónimos, ya que una conducta antisocial engloba cualquier comportamiento que infringe las normas sociales y de convivencia, afectando a los derechos de los demás. En este sentido, la agresividad formaría parte de la conducta antisocial, sí. Hay personas que tienden a culpar siempre a otro de lo que les ocurre. No se responsabilizan de su vida.

La relación que una persona haya tenido con sus padres puede determinar su nivel de frustración y, por ende, su agresividad. La relación con los padres tiene un papel decisivo en la ideas que nos forjamos sobre las relaciones sociales y sobre cómo se funciona en sociedad.

Responsabilizamos al mundo

Hay que entender que no podemos controlar lo que pasa en el mundo, pero sí podemos controlar cómo reaccionamos a lo que sea que ocurra. Inhibir la responsabilidad de lo que sentimos no nos hace libres: al contrario, nos hace dependientes de lo externo.

¿La agresividad se aprende?

En general, la agresividad está muy relacionada con los patrones de comportamiento aprendidos. La conducta agresiva se aprende, al igual que cualquier otra conducta, porque los niños imitan lo que ven a través de la observación.

La relación que una persona haya tenido con sus padres puede determinar su nivel de frustración y, por ende, su agresividad. La relación con los padres tiene un papel decisivo en la ideas que nos forjamos sobre las relaciones sociales y sobre cómo se funciona en sociedad. Los modelos maternos y paternos influyen en el modo de emitir o manifestar los deseos agresivos. Dado que el comportamiento de los padres opera como ejemplo en los niños, los padres deben preguntarse si de alguna forma viven con patrones agresivos que puedan estar transmitiendo a sus hijos. La violencia en la familia está directamente relacionada con la agresividad en los niños. De hecho, la familia, los compañeros y los amigos constituyen el factor más importante.

¿La violencia es transgeneracional?

Puede serlo. Un niño tiene más probabilidades de ser violento y agresivo si en su casa ha vivido violencia y agresividad. En las familias en las que hay mucho estrés o situaciones económicas complicadas o de marginación y exclusión, la conducta antisocial suele ser más habitual. Pero, como he apuntado al principio, pueden intervenir muchos otros factores.

Entremos en estos otros factores

Cuando un niño se siente rechazado por su familia y recibe escaso afecto, este déficit de apoyo emocional le puede generar conductas antisociales.

La inconsistencia en la educación, al igual que los mensajes inconsistentes en general, generan frustración e ira.

¿Por qué?

Porque en este entorno no podrá aprender cómo establecer correctamente vínculos con las otras personas. En un ámbito así no hay transmisión de normas y valores. El estilo de crianza en el que se educa a un hijo es fundamental en todo este tema. Sabemos que los estilos de crianza basados en la hostilidad, la negligencia o la permisividad fomentan la agresividad en los niños. Asimismo, la inconsistencia en la educación, al igual que los mensajes inconsistentes en general, generan frustración e ira. En cambio, el estilo de crianza democrático previene las conductas agresivas. Ahora bien, también existen otros factores asociados a la agresividad o que la fomentan: que haya un trastorno de personalidad, consumo de tóxicos, el tipo de valores de la sociedad en la que se vive, el ámbito escolar, el lugar de trabajo, los mensajes emitidos por los medios de comunicación y las redes sociales, etc.

La agresividad no siempre es obvia. Se puede manifestar de formas ladinas

Sí, existen muchas clases de agresividad. Las más obvias son la física y algunas de tipo psicológico. Estas, además, son directas. Pero también hay formas indirectas de ser agresivo, como difundir rumores, compartir contenido íntimo de otra persona en las redes sociales, destruir algo, robar, etc. En los niños, la agresividad suele ser directa. En cambio, en los adolescentes y adultos puede ser directa e indirecta.

¿Qué podemos hacer cuándo sentimos agresividad?

El primer paso sería intentar no reaccionar de manera automática. Darse un tiempo e Intentar pasar esa emoción por la parte racional o más lógica. Hay que preguntarse «qué me pasa, por qué me está pasando, qué me está provocando este sentimiento, por qué me estoy sintiendo atacado», etc. Es decir, ante la agresividad, el primer paso es identificar lo que estás sintiendo, lo cual no siempre es fácil. Después, hay que Identificar también por qué lo estás sintiendo. Y por último, darse cuenta de las desventajas que conlleva expresar esas emociones que se sienten de manera agresiva, valorar la situación y buscar la manera más asertiva de reaccionar. Por ejemplo, si me enfado con un compañero de trabajo o con un superior, difícilmente conseguiré mis objetivos reaccionando de manera agresiva. Hay que tomar distancia y decidir cómo queremos reaccionar.

Hay que ver si el niño es agresivo siempre o solamente en contextos concretos. Y hacer mucha labor de psicoeducación con la familia, no solo con el paciente.

A veces no es agresividad, es rabia, enfado o incluso ira

Claro, delante de una situación que nos crea frustración podemos sentir emociones de diferentes intensidades. Pero no todas las personas canalizamos estas emociones de manera agresiva hacia los demás. La agresividad es una emoción que se siente, pero se puede manifestar haciéndole daño a otra persona física o psicológicamente, o puedes “coger” esa agresividad, ser consciente de que la estás sintiendo y buscar la manera de canalizarla sin que dañe a otro o sin que te dañe a ti mismo. En otras palabras, la agresividad es la manifestación de la emoción, pero esta manifestación no tiene por qué ser agresiva. Puedes sentir rabia y, en lugar de dar un golpe contra la pared, irte a correr o ponerte a escribir lo que estás sintiendo. La agresión verbal o física hacia el otro es la manera menos adaptativa de manifestar la agresividad.

¿Hay otras formas que ayuden a canalizar estas emociones?

Además del deporte, que se ha demostrado que ayuda a reducir los niveles de estrés y frustración, las actividades creativas también son una manera eficaz: escribir, dibujar, tocar un instrumento o cantar nos permiten expresar y comunicar lo que estamos sintiendo de una manera más positiva. No deberíamos acumular frustración hasta explotar.

¿Y si persiste la agresividad?

Si aun así persiste el sentimiento y la persona ve que no puede elaborarlo y canalizarlo, hay que buscar ayuda terapéutica.

¿Cómo trabajáis en terapia los problemas de agresividad?

Identificamos las causas de la agresividad y vemos en qué contextos el niño o el adolescente es agresivo, ya que es probable que se dé un patrón que se repite. Quizá, cada vez que llega el padre, el niño está más agresivo. O quizá, cada vez que la madre le habla, el adolescente explota. Hay que ver si el niño es agresivo siempre o solamente en contextos concretos. Y hacer mucha labor de psicoeducación con la familia, no solo con el paciente. Analizamos el contexto: cuál es la situación con los padres, profesores, pareja, si es el caso, etc. Y le enseñamos a la persona a buscar otra manera de lidiar con sus emociones, de gestionarlas. Empezar a hablar de ellas en un espacio terapéutico ya es un primer paso para ser más consciente de cómo se comporta uno, de cuáles son los patrones de comportamiento que sigue. Todo esto hay que naturalizarlo y hablarlo, sin tabúes, en el espacio de terapia. En resumen, la terapia está enfocada al autocontrol, el manejo de la frustración, la adquisición de límites coherentes y a mejorar la interrelación entre padres e hijos, ya que la mala comunicación es un factor de riesgo. Hay que fomentar las relaciones cálidas, de habilidades sociales. En los adultos, si vemos cuál es su historia personal, de dónde vienen, los traumas que han vivido y en qué contexto se mueven, entenderemos mejor de dónde viene su agresividad.

¿Puedes dar algunas claves a los padres para no reforzar las conductas agresivas?

Primero, crear un clima familiar de confianza en el que el niño se sienta escuchado y acogido porque, muchas veces, la agresividad es la manera que utiliza el niño para llamar la atención. Después, intentar identificar la causa de su agresividad e intentar ser un buen referente para él, un buen ejemplo. Fomentar valores y actitudes positivas, comprenderlo y no juzgarlo, ya que es probable que el niño actúe de esa manera porque no sabe hacerlo de otra. Si recibe nuestra mirada comprensiva, seguramente mejorará su autoestima y se dará cuenta de que puede reaccionar de otra forma más positiva para lograr lo que quiere.